martes, julio 04, 2006

Con el miedo de no volver a sentirse querida, deja caer las lágrimas en reiteradas ocasiones, peleando con la madrugada.
En esa necesidad de probarla de nuevo, descubre que se volvió una adicción esa sensación.
Le da miedo saber de que es capaz cuando invade su oscuridad en el medio del sueño, del que la ha arrancado y al que no la deja volver.
Cuando cree haber superado su ausencia insiste, haciéndola pelear con la bajeza de sus atrevimientos, dejándose vencer ante sus viles dolores, esos que aquejan las tardes en blanco cuando sin nada que hacer se refugia entre esas cuatro paredes.
Se paraliza su cuerpo al identificarla dentro, en cada paso truncado, en ese malestar constante, en ese desequilibrio tan obvio, con esa bronca de quien toma decisiones sensatas abandonando las ilusiones que alimentan el alma.
Bastan dos segundos de más para empezar de nuevo, sintiendo que no hay freno que valga en esa lucha; odiándola siempre que puede y necesitando aferrarse a su violenta invasión sin poder negarle la entrada, sin saber si pedirle que se vaya o pedirle que vuelva.
Ausente de miedos, verificando la inevitable incomprensión, ya no le quedan palabras, ya no hay tiempo que valga.
Corrompe sus esquemas, desarticula sus estrategias. Inspira sus no ganas de todo y la única solución al alcance, cuando un solo movimiento sirve para dar de baja a tanta tristeza.