miércoles, octubre 23, 2013

Tema Libre

Entro una vez más por esos largos pasillos con puertas blancas, todas están numeradas. En cada una, se enrolla un ovillo distinto. Todo parece salpicar de confusión la espera.
Malena lanza preguntas como un pescador lanza la línea al agua, con la ilusión de la recompensa cuando se es paciente. Pareciera que algo va a jalar desde lo profundo.
Esta inquieta, porque sabe que al abrir realmente una de esas puertas puede destellar el vacío o lo obvio, lo que siempre estuvo ahí, lo que transcurre hoy sin forzarlo: el dolor al despegarse de los juegos inflexibles, de las piezas de mármol, de las espaldas que han sabido lastimarla.
 Al vértigo oscuro se lanzó sin pensarlo, sin embargo, elegir algo y tomarlo de la mano sosteniéndolo, casi la desnuda por completo. Es el afirmarse sin culpas,  un trazo que esta tan seguro de ser que no necesita borradores, va y viene inalterable.
Malena baila con su espejo, se repite y se reta por esto. Se come así misma y se transforma en energía, se saca a pasear, se disfraza y se desviste. Se escribe en la mano lo que no quiere olvidar para después lavársela y así, desatarse. Su forma la expone, no tiene horarios.
De vez en cuando descubre algún recuerdo: las figuritas abrillantadas, la muñeca preferida, el salto de dos en dos en cada escalera; la prisa arrolladora, los cuentos infantiles que la mama le regalaba, las uñas mordidas, nadar en la pileta con su papa; la inquietud ante la ausencia, la poca astucia que desvela a la torpeza.
Malena se recuerda, se danza, se abraza, se empuja y se va a buscar en los amplios pasillos, en habitaciones que abre o cierra de un portazo. Se sienta en el borde de la cama a soñar, se desorienta en el camino y baja corriendo para no perderse la conversación que sus hermanos están teniendo en la cocina.