domingo, noviembre 17, 2013

Pero claro que era cierto. Soltaba el lazo de raso de entre las hojas secas y volvía despacito pero sin dudar, con el dolor de saber  lo que estaba soltando, que-estaba-soltando-     lo.
(No pasaba por alto que todavía quedara un jazmín antes del verano.)
Claro que lloraba en los rincones más silenciosos, en las  frutas más amargas, en las pausas del patio de atrás. Así y todo seguía aflojando. No tenía  fuerza para otra cosa más que para soltar. Sabia también, que soltando lo ataba, lo retenía en la ausencia de motivos para dejarlo ir.  
El vacío intolerable cuando no hay respuestas, esa misma incertidumbre que arrolla. La espera de lo que va a venir. O no. Las manos llenas de nada. Un reflejo innecesario. Una despedida que nadie quiere hacer acto, una percepción de la que no queremos la respuesta.


 (Un código que me da la certeza cuando no es lo mismo que este o no tú presencia.)