miércoles, enero 07, 2015

De esas veces que pareciera enjaularse el destino, aprendí a aceptar.
De frente, tapándome el lagrimal con la almohada, pensé muchas tardes de viento calmo. Una mueca triste, inevitable. El labio inferior sobre el mentón, advirtiendo la arruga en la sien. La compañía de la pesadez en el pecho, descargándose en cada suspiro determinante.
Las horas nocturnas sin dormir  hasta el amanecer, un día que me tranquiliza haciéndome saber que ya paso la noche.  Las acciones porque si, para que pase el tiempo. La mirada hacia un espacio indefinido que busca más preguntas que respuestas. Un silencio expectante, una nostalgia que casi no descansa. El enojo. Otra vez acá, aguantando lo que no creo justo por injusto y por desmedido.