viernes, abril 03, 2009

De raíces y ramas.
Que se secan
Que se extienden
Que se entrelazan
Que se alejan.
Que caen desde lo alto o se arraigan firmes en la tierra.
Abrazaba el árbol, mirando la inmensidad de sus hojas al desprenderse, anhelaba llegar a lo más alto para admirar la infinidad de cosas que no se permitía ver.
Que aquella nostalgia de lo que nunca llego a ser no entorpeciera el camino hacia la cima.
Que la llovizna no hiciera resbalar sus manos cuando éstas se aferraban con fuerza a la certeza.
Que el sol no obnubilara la visión cuando quisiera observar detenidamente.
Que el aire le diera respiro para que el corazón no se acelerara tanto.
La nieve era blanca, su estado inmaculado.
Se fue, no quería escuchar más mentiras, no quería vivir más injusticias, no entendía el mundo en que vivía.
Se fue.

Se escondía entre los arbustos, cuando el cielo regalaba tormentas de gotas doradas, o cuando las nubes caían en pedazos, como flotando para después pasearse solitaria sin buscar nada, sin mirar nada. Creía que por fin iba a poder sentir con el alma en paz, se equivoco. Seguía faltando algo.
Resplandecía el suelo de escarcha de plata en los inviernos más crudos, extrañaba las horas en sus ojos. Sus labios diciéndole…los abrazos más intensos cuando no tenía consuelo.
Ya ni siquiera gritaba, no cantaba ni bailaba.
Pretendía llenarse de una magia ajena a quien pierde la capacidad de sentir desde adentro hacia fuera.