miércoles, julio 17, 2013

El enemigo peor, ese gran saboteador, siempre sera uno mismo y ese miedo a estar mejor...

martes, julio 16, 2013

Gloria.al.taller.literario.

Me quede sentada frente a la ventana que daba al patio de casa, todavía era de día. Sinceramente no quería enterarme en profundidad de lo que pasaba o de lo que había pasado, ni siquiera quería saber la hora. Mi mente y mi cuerpo estaban enfrentando silencios colmados de ruidos, temía que cualquier movimiento activara el recuerdo.
Miraba fijo la pared descascarada del fondo, ni el perro ladraba. Escuche temblar la escalera de hierro, suponiendo que alguien bajaba. Escuche abrir el grifo, adivine la hornalla, adivine el nebulizador. Observe mi pies, mis piernas, sentí la tibieza de mi piel afiebrada.
Cuando oscurecido, alguien que respetaba mi silencio prendió la luz.
Creí oír un fósforo prendiéndose y el recuerdo comenzó a circular por las calles de Once; fue tan invasiva la imagen que tuve que taparme los oídos como si de esa manera pudiera tapar las imágenes que venían a hundirme en las baldosas rojas.
El instinto de preservación que tantas veces rechacé me estaba obligando al mostrarle la espalda al mundo que sujetaba lo común, aquello que pone en evidencia la continuidad inevitable de los días.
Volví a oír el nebulizador. Como encaprichada, estaba eligiendo cerrar el paso al lenguaje que no necesita los ojos. En realidad, cerraba el paso a cualquier contacto que verificara que estaba viva.
Seguí ahí sentada, adivinando o imaginando por los sonidos que elegía escuchar, alguna cosa de hogar, alguna cosa corriente.
Siguió mi espalda enojada, agarrándome fuerte a la ventana, siguieron mis ojos durante muchos años, queriendo evitar el recuerdo.

martes, julio 09, 2013

Todavía llovía cuando Rosario salió al jardín del fondo. Camino hasta el cuenco que estaba colmado por el agua que escurría el rosal y fue hasta la galería apoyándolo con cuidado, los pétalos flotaban en una danza circular. Alguna gota que resbalaba por el limonero mojo su frente, después el bordado del vestido hasta los pies. Olía la tierra revuelta, el vapor que subía, la facilidad para extrañar las cosas que duele soltar, como el pasto al agua condensada que se vuelve vapor cuando el calor agobia. Así, Rosario soltaba: de a poco, con sumo cuidado.
Se sentó a observar el cuenco hasta ser absorbida por las vibraciones. Su cuerpo, que latía en la misma sintonía, buscaba formas escondidas intentando descifrar jeroglíficos perdidos que guiaran el pensamiento. La madera estaba helada. Cerró el suéter de algodón botón por botón despertando los dedos en ese trenzado tan exigente en la motricidad que implica, que es mejor no dejar de concentrarse, y sujetó el pantalón a las piernas para hundir los dedos de los pies en el suelo.
Nuevamente camino hasta las plantas, les dio la vuelta y regreso a la galería. El cuenco continuaba inalterable en su existencia, sosteniendo el agua que se mecía. Hizo girarla con uno de sus dedos índice que después sacudió en un vaivén sutil que dibujo una curva, que hizo eco en el brazo, en el torso, en la espalda, transformándose en un giro, en un camino de barro sobre el piso de roble viejo. Eran curvas pronunciadas, escondidas, arrepentidas, seguras, definidas, algunas casi invisibles que movían las rectas pequeñas. Una ondulación infinita, que no tenía principio ni final, una piel que hablaba y resolvía sin lugar a la conciencia. La escena era única, el público acomodado alrededor aplaudía cada vez que una ráfaga aparecía. Rosario continuaba más cerca de ellos, miraba de cara al cielo, abría el paso fresco a sus órganos. Circulaban energías que alimentaban la imagen, que cantaban susurrándole al oído. El corazón se aceleraba, el pecho ardía y se relajaba, abría los ojos, todo el espacio. Cuando sintió que la pausa la llamaba, se acercó al cuenco nuevamente, tomo el agua que tenía dentro, comió los pétalos y con lo que sobro humedeció lo que quedaba seco de su territorio. Sonrió, agradeciéndoles y apoyando cada parte de sus pies entro a la casa, dejando la puerta abierta para no olvidarse nunca de la danza y su esencia.