Fumábamos en silencio. No sé que
en pensabas vos, yo estaba entretenida con el reflejo del sol en el agua
amarronada del río. Sus rayos, parecían hilos de cobre.
El viento cálido del verano, recorría
los espacios vacíos de mi cuerpo, la arena se me pegaba.
Pensaba en lo cerca que estabas.
Disfrutaba el momento. Respirábamos casi con esfuerzo bocanadas de aire caliente.
Alrededor todo enrojecía, la luna se iba asomando confundiéndose con
el horizonte.
Solamente se oían las hojas de los arboles que ocupaban el bosque profundo.
Desde siempre sentí la atracción,
desde siempre sentí tu indiferencia.
Dos mundos chocando por si acaso
no nos quedara mas nada.
Cada encuentro era un ágil
movimiento de mi creatividad para encontrar en común algún canal de dialogo,
casi nunca lo lograba.
Y por esas cosas de la vida, el
cielo nos regalaba una tarde, la oportunidad de entendernos en el silencio. Los términos de la convivencia en tu mundo son así, la distancia que habla.
Cuando la primer estrella brillo
en lo alto, volvimos caminando despacio. Uno al lado del otro, mientras la
oscuridad nos perseguía desde la costa, hacia las carpas.
Algún bichito del lugar nos acompañó
por el sendero, rozaste mi brazo sin querer. Tu sonrisa vergonzosa y las disculpas le dieron sentido a la magia.
Después de cenar, enfrentamos la
circunstancia mas incomoda de todas.
Fuimos a meternos dentro de las
bolsas de dormir con algo de impaciencia. La conversación fue entretenida, no
recuerdo otra ocasión en la que nos hayamos reído tanto. Era eso o el
aburrimiento, el fastidio y el malhumor. Supongo que no quisiste arriesgarte.
Había aprendido lados
interesantes acerca de los suspiros, eso tranquilizo mi ansiedad.
Cerré los ojos sin meditarlo mucho, pero no dejaste que me
durmiera.
Esa madrugada, conocí esos
costados que nadie quiere conocer, cuando evitamos caer en el abismo del asombro
ante quien nos observa y nos descubre.
A la mañana, tuve el noble gesto
de aceptar tu exigencia del mate amargo. Fue un gesto cariñoso, aunque la forma
en que lo pediste no era la adecuada.
Las 24 horas más cercanas e
intimas que pudimos tener, alcanzaron. Después fue toda obviedad y distancia
nuevamente.
Trazaste y te ayude a trazar esa
línea de cuidado entre lo que puede ser y lo temeroso de que sea. Si no se desata cuando debe, lo que queda se
dilata y desaparece para no ser jamás. No habernos animado, no haberte animado
o no haberte soltado a tiempo. Queda esto que somos en la diferencia eterna. Lo
que haya podido suceder, se vuelve deseo y sueño.