lunes, abril 30, 2012

Mas que un deseo perfuma la noche

Éramos como dos desconocidos en una playa casi desnuda. No nos había pasado nunca, estar tan solos y tan desconcertados.
Fumábamos en silencio. No sé que en pensabas vos, yo estaba entretenida con el reflejo del sol en el agua amarronada del río. Sus rayos, parecían hilos de cobre.
El viento cálido del verano, recorría los espacios vacíos de mi cuerpo, la arena se me pegaba.
Pensaba en lo cerca que estabas. Disfrutaba el momento. Respirábamos casi con esfuerzo bocanadas de aire caliente. Alrededor todo enrojecía,  la luna se iba asomando confundiéndose con el horizonte.
Solamente se oían las hojas de los arboles que ocupaban el bosque profundo.
Desde siempre sentí la atracción, desde siempre sentí tu indiferencia.
Dos mundos chocando por si acaso no nos quedara mas nada.
Cada encuentro era un ágil movimiento de mi creatividad para encontrar en común algún canal de dialogo, casi nunca lo lograba.
Y por esas cosas de la vida, el cielo nos regalaba una tarde, la oportunidad de entendernos en el silencio. Los términos de la convivencia en tu mundo son así, la distancia que habla.
Cuando la primer estrella brillo en lo alto, volvimos caminando despacio. Uno al lado del otro, mientras la oscuridad nos perseguía desde la costa, hacia las carpas.
Algún bichito del lugar nos acompañó por el sendero, rozaste mi brazo sin querer. Tu sonrisa vergonzosa  y las disculpas le dieron sentido a la magia.
Después de cenar, enfrentamos la circunstancia mas incomoda de todas.
Fuimos a meternos dentro de las bolsas de dormir con algo de impaciencia. La conversación fue entretenida, no recuerdo otra ocasión en la que nos hayamos reído tanto. Era eso o el aburrimiento, el fastidio y el malhumor. Supongo que no quisiste arriesgarte.
Había aprendido lados interesantes acerca de los suspiros, eso tranquilizo mi ansiedad.
Cerré los ojos sin meditarlo mucho,  pero no dejaste que me durmiera.
Esa madrugada, conocí esos costados que nadie quiere conocer, cuando evitamos caer en el abismo del asombro ante quien nos observa y nos descubre.
A la mañana, tuve el noble gesto de aceptar tu exigencia del mate amargo. Fue un gesto cariñoso, aunque la forma en que lo pediste no era la adecuada.
Las 24 horas más cercanas e intimas que pudimos tener, alcanzaron. Después fue toda obviedad y distancia nuevamente.
Trazaste y te ayude a trazar esa línea de cuidado entre lo que puede ser y lo temeroso de que sea.  Si no se desata cuando debe, lo que queda se dilata y desaparece para no ser jamás. No habernos animado, no haberte animado o no haberte soltado a tiempo. Queda esto que somos en la diferencia eterna. Lo que haya podido suceder, se vuelve deseo y sueño.