martes, octubre 11, 2011


Un caracol visito mi puerta.
Quise salir al día y ahí estaba, en una inmovilidad aparente. Inmenso en su tamaño, observándome fijo en su porción de madera fresca, haciendo equilibrio en sus ranuras.
La tierra húmeda penetro mi piel con sus olores de llovizna en la mañana. El caracol avanzaba sutilmente sin continuidad ni rumbo fijo. Me pregunto si será de la misma colonia que los dos de ayer, los que encontré dando vueltas dentro de un pedazo de corteza espiralado y hueco. Tal vez es vecino de la ranita que se dejó ver en la noche, de entre las ramas que intentaba secar.
Un caracol visito mi puerta. Estaba casi entre mis pies. Me tomo por sorpresa, en mi tarea de mantener la leña encendida en el hogar, antes que el frio me obligase a refugiarme nuevamente detrás del ventanal que daba al jardín.
La bruma marina invadió la costa la mañana que los pinos recibieron el viento, meciendo sus ramas en él. La playa era extensa, una luz blanca cubría el horizonte.
La yerba formaba una espuma similar a la que la marea traía desde adentro, se acomodada cuando la elevada temperatura del agua caía sobre ella. El humo, subía relatando historias, enredándose al ritmo del silbido del bosque.
La pava, me devolvía el reflejo cuando me sentaba a disfrutar de su mano en mi hombro. Sus ojos en los míos, su mirada serena cuando recién se despierta. Su suave cuello cuando observa el cielo.