domingo, febrero 17, 2008

Claro que las mariposas volaban como si nada pasara a su alrededor. La cuestión era lo que en ella pasaba cada vez que volvía en sí.
Como si el viento distrajera su atención por completo, ignorando que a su izquierda alguien necesitaba que piense un poco más antes de volver a lanzarse con todo.
Era una de esas tardes donde el sol suele meterse entre las ramas, dejando pasar los rayos como flechas insolentes entre los espacios vacíos que dejan las hojas de los árboles. Donde el aire se tiñe de verde, donde todo pareciera querer empujar sus alas lo más alto posible, sabiendo que eso de nada le vale, porque el amor la espera más abajo, donde sus pies, desnudos, se afirman con la certeza de saber que arriesgarse con temor no sirve, pero que así y todo el miedo siempre esta, ante la incertidumbre de que lo imposible no era tan imposible y que la realidad es mejor que el sueño mas perfecto.
Sabe que en su mirada ve aquellas cosas que siempre quiso encontrar en el otro, sabe también que los restos de una manía que todavía la acecha pueden sabotear todo eso que esta logrando, sabe que debe cuidarlo de eso, y que ella debe cuidarse también, que el alma no salga herida otra vez.
Y así, el eterno atardecer la invade nuevamente, se abraza fuerte y se confía el secreto de lo que más le gusta, su boca larga ideas preciosas, como joyas en el santo altar que renace cuando la luna se apresura dejando caer su brillo en el bosque donde descansan sus recuerdos…