martes, agosto 06, 2013


El Camino de las Casuarinas, tiene algo de magia cuando uno mira el cielo verde, que más parece un hormiguero invisible entre las ramas altas de los arboles que se cruzan entre si y acompañan al costado.
Es una ruta colmada de curvas cóncavas y convexas, una reunión de especies antiguas de las que podría decir casi con certeza que conocen de mi, mucho mas de lo que cualquier otra persona corriente de hoy. Guardan mis secretos casi como si fuera yo misma quien dominara su expresión, pero no. Este es un camino cuya existencia decide ofrecerse ante los ojos de solo algunos, que caminando metidos entre la corteza supieron observar lo que no se esconde nunca y por eso mismo casi nadie nota su presencia.
Va sorprendiéndote en cada vuelta, despliega su sustancia de formas extrañas, hasta absorberte en un viento inexplicable, va fusionándote sin darte tiempo a tomar noción de ello. Es un espíritu de bosque acosado por la metrópoli.
Un día de esos en que todo sucedía sin tiempo, descubrí la porción de cuerpo que me faltaba, en su forma irregular, su color de tierra y pisadas. Estaba justo debajo de un Lapacho Amarillo, fue como si estuviera esperándome, como si hubiera venido a buscarme. Rodó conmigo todo el camino, cruzo de mi mano las calles, se detuvo un instante en la plaza circular y continuamos hasta el pasaje de flores rosadas. Latía, puedo asegurar que latía conmigo como si nos conociéramos de siempre, ese vinculo que no necesita nada mas que la imagen concreta del otro en frente. De esa manera conocí a Francisco. De esa misma manera fuimos dejándonos encontrar, cuando el camino así lo quería. Hay momentos en los que de tanto mirar la primer porción, siento como si pudiéramos comunicarnos en la distancia. También se, que por mas esfuerzo que haga, nunca va a saber que le he escrito tanto, que siempre estoy llamándolo. Con el transcurso de los años creo haber aprendido a darme por vencida y aceptar su encuentro cuando las corrientes de aire cambian su rumbo, cuando el sol cambia de frente.
Por la misma razón que abrió el juego esa tarde de Octubre, el pedazo irregular de tierra y pisadas, sigue en la esquina de mi habitación, porque es el tormento pluriangular que a veces prefiero, cuando no renuncio a la fantasía y dejo que lo probable me invada. Su giro se detuvo un día cuando rodando fue a quedarse quieta en el ángulo inferior, justo en diagonal a la ventana que daba al patio de su casa que nunca pude conocer, no puedo detallar el momento, porque no sé cuándo ni cómo sucedió. Se detienen los recuerdos y flotan alrededor nuestro cuando nos atraviesa una luz invisible de juego joven, flota el polvo cada vez que recorro el Camino de las Casuarinas, la esperanza terca que sabe que nunca vamos a encontrarnos ahí, porque sería demasiado mágico y entonces el enigma resuelto me dejaría en paz y terminaría de matar los sueños.