martes, mayo 19, 2009

Besos y porros...

Corrió buscando refugio de la llovizna de un jueves ruidoso cuando el reloj marcaba las cuatro de la tarde en Cabildo y la plaza.
Miro la esquina, sabía que derecho por esa calle estaba él, su recuerdo, su pena.
Y ella estaba ahí, recordando que alguna vez sus ojos habían coincidido un instante, transmitiendo la necesidad imperiosa de creer.
En medio minuto cruzo corriendo la avenida, fastidiosa, quejosa, húmeda.
Sola.
Y se fue, mirando por la ventana las veredas mojadas, gastadas. Sintió así el corazón como nunca, ardiendo de deseo, como queriendo salir en vuelo fugaz a buscarlo.
Mil palabras querían darle el consuelo de aquellas personas que se conforman aceptando que hay cosas que no deben ser, porque el destino y la vida así lo quieren.
Sus oídos pateaban hacia afuera cualquier explicación dentro de lo racional porque sabía que aquellas sensaciones irracionales no se explican y por eso se sienten con tanta insistencia, y por eso tardan tanto en irse.
Que los miedos y las sombras y todas las oscuridades interminables y los sueños mortales se escaparan de una buena vez de sus ganas de vivir gris en un mundo que no le pertenecía y al que no pertenecía.
No tenía motivos para seguir, esta realidad no hablaba en su idioma.
La muerte no había querido hacer efectiva la invitación de una noche sin luna ni estrellas. Sin faros guiando en un mar de trampas y obsesiones.
De imperios avaros, fríos, crueles aristócratas haciendo política con ilusiones ajenas.
Las peores manifestaciones secretas congestionaron su rostro la tarde que dijo basta. Cuando pidió sin fuerzas ayuda, cuando no quiso seguir.
La madrugada abrazo su desesperación y huyo como pudo del infierno de seres humanos incapaces de todo.
Laberintos sensuales.
Donde estas…