jueves, mayo 26, 2011

Un poco más oscura que la noche es la profundidad que imagino en los sueños despiertos.

Un poco más gris que el segundo día de invierno.

Mirando por la ventana vi una hoja de diario enrollarse y desenrollarse, dejándose llevar, quedando a merced de los factores climáticos. A veces siento que yo quedo así, a merced de mi clima, dando vueltas como un trompo que no pierde el equilibrio, que nunca se cae y que por lo tanto nunca para. Un árbol destinado a no secarse. De a ratos siento que ese es mi castigo, no caerme nunca.

Es frustrante ser el polvo que nunca se lleva el viento, nunca me elige. Cuán desgastante es quedar en la mitad de dos mundos, no estar en ninguno. Estar obligada a vivir, tener un corazón que nunca deja de latir, un reloj que nunca se para. Hacerle frente a los miedos, sufrirme más que nadie. Saber que sería incapaz de apagar las luces, de dejar descansar a este cuerpo agotado, saberme cada vez más firme. Cada tanto, esperar con ansiedad que se termine de una buena vez, que el impulso no haga falta. Que el final del camino me encuentre distraída, dejar de luchar.

Ya casi no lloro. O no lloro por lo mismo que antes, no de la misma manera. Me indigna lo mismo con más convicción.

El mundo me parece cada día más hostil.

Yo, que quise caminar sobre el arcoíris, me deslizo en un pentagrama monocromático y no quiero cambiarlo si es así como se forma mi canción. La canto en los silencios violentos, en la furia que se desata en los semitonos.

No hay cosa peor que no querer abrir el baúl de oro que tenes entre las manos.