martes, julio 16, 2013

Gloria.al.taller.literario.

Me quede sentada frente a la ventana que daba al patio de casa, todavía era de día. Sinceramente no quería enterarme en profundidad de lo que pasaba o de lo que había pasado, ni siquiera quería saber la hora. Mi mente y mi cuerpo estaban enfrentando silencios colmados de ruidos, temía que cualquier movimiento activara el recuerdo.
Miraba fijo la pared descascarada del fondo, ni el perro ladraba. Escuche temblar la escalera de hierro, suponiendo que alguien bajaba. Escuche abrir el grifo, adivine la hornalla, adivine el nebulizador. Observe mi pies, mis piernas, sentí la tibieza de mi piel afiebrada.
Cuando oscurecido, alguien que respetaba mi silencio prendió la luz.
Creí oír un fósforo prendiéndose y el recuerdo comenzó a circular por las calles de Once; fue tan invasiva la imagen que tuve que taparme los oídos como si de esa manera pudiera tapar las imágenes que venían a hundirme en las baldosas rojas.
El instinto de preservación que tantas veces rechacé me estaba obligando al mostrarle la espalda al mundo que sujetaba lo común, aquello que pone en evidencia la continuidad inevitable de los días.
Volví a oír el nebulizador. Como encaprichada, estaba eligiendo cerrar el paso al lenguaje que no necesita los ojos. En realidad, cerraba el paso a cualquier contacto que verificara que estaba viva.
Seguí ahí sentada, adivinando o imaginando por los sonidos que elegía escuchar, alguna cosa de hogar, alguna cosa corriente.
Siguió mi espalda enojada, agarrándome fuerte a la ventana, siguieron mis ojos durante muchos años, queriendo evitar el recuerdo.