miércoles, enero 12, 2011

"Los dos amigos recorrieron los sitios habituales preguntando por Evangelina Ranquileo con más tenacidad que esperanza. No eran los únicos en esos trámites. En los centros de prisioneros, en los retenes de policía, en el sector prohibido del Hospital Psiquiátrico donde solo ingresaban los torturados irrecuperables en camisa de locos y los médicos de los Cuerpos de Seguridad, Irene Beltrán y Francisco Leal fueron acompañados por muchos otros que conocían mejor la ruta del calvario y los guiaban. Allí, como en todas partes donde se acumulaba el sufrimiento, estaba presente la solidaridad humana como un bálsamo para sobrellevar el infortunio.
-¿Y usted a quién busca señora? – preguntó Irene en la cola.
-A nadie, hija. Pasé tres años tras la huella de mi marido, pero ahora sé que descansa en paz.
-¿Por qué viene entonces?
-Para ayudar a una amiga- replicó señalando a otra mujer.
Se habían conocido varios años atrás y juntas anduvieron todos los lugares posibles tocando puertas, suplicando a los funcionarios, sobornando a los soldados. Una tuvo mejor suerte y supo al menos que su esposo ya no la necesitaba, pero la otra continuaba su peregrinaje, ¿cómo dejarla sola? Además estaba acostumbrada a esperar y pasar humillaciones, dijo, toda su vida giraba en torno a las horas de visita y los formularios, conocía los derroteros para comunicarse con los presos y obtener información.
-Evangelina Ranquileo Sánchez, quince años, detenida para interrogatorio en Los Riscos, nunca más apareció.
-No la busquen más, seguro se les pasó la mano con ella.
-Vayan al Ministerio de Defensa, allá hay nuevas listas.
-Vuelvan la próxima semana a esta misma hora.
-A las cinco hay cambio de guardia, pregunten por Antonio, él es buena persona y puede darles información.
-Lo mejor es empezar por la Morgue, así no pierden tiempo.
José Leal tenía experiencia porque gran parte de su energía la agotaba en esos trajines. Usó sus contactos de cura para introducirlos donde nunca hubieran ingresado solos. Los acompañó a la Morgue, un viejo edificio gris con aire de abandono..."
De amor y de sombra. Isabel Allende.
“Sólo Francisco quedó en la casa de sus padres después que Javier se casó y José partió al Seminario. Ocupaba la misma habitación de su infancia, con muebles de pino y estanterías atiborradas de libros. Alguna vez tuvo la intención de alquilar una vivienda independiente, pero en el fondo le gustaba la compañía de su familia y por otra parte no deseaba causar un dolor innecesario a sus padres. Para ellos existían sólo tres excusas para que un hijo saliera de su casa: la guerra, el matrimonio o el sacerdocio. Después agregarían otra: huir de la policía.”
De amor y de sombra. Isabel Allende.