martes, octubre 11, 2011


Un caracol visito mi puerta.
Quise salir al día y ahí estaba, en una inmovilidad aparente. Inmenso en su tamaño, observándome fijo en su porción de madera fresca, haciendo equilibrio en sus ranuras.
La tierra húmeda penetro mi piel con sus olores de llovizna en la mañana. El caracol avanzaba sutilmente sin continuidad ni rumbo fijo. Me pregunto si será de la misma colonia que los dos de ayer, los que encontré dando vueltas dentro de un pedazo de corteza espiralado y hueco. Tal vez es vecino de la ranita que se dejó ver en la noche, de entre las ramas que intentaba secar.
Un caracol visito mi puerta. Estaba casi entre mis pies. Me tomo por sorpresa, en mi tarea de mantener la leña encendida en el hogar, antes que el frio me obligase a refugiarme nuevamente detrás del ventanal que daba al jardín.
La bruma marina invadió la costa la mañana que los pinos recibieron el viento, meciendo sus ramas en él. La playa era extensa, una luz blanca cubría el horizonte.
La yerba formaba una espuma similar a la que la marea traía desde adentro, se acomodada cuando la elevada temperatura del agua caía sobre ella. El humo, subía relatando historias, enredándose al ritmo del silbido del bosque.
La pava, me devolvía el reflejo cuando me sentaba a disfrutar de su mano en mi hombro. Sus ojos en los míos, su mirada serena cuando recién se despierta. Su suave cuello cuando observa el cielo.

domingo, octubre 02, 2011

Una noche fría, un viento helado en primavera. Un árbol llega a mi ventana.
Escucho la voz de un nene en la calle. Respiro mientras me desperezo. Exhalo con fuerza y dejo caer mis hombros. Muevo el cuello hacia un lado y el otro. Abajo el empedrado es invadido por la luz débil de un farol.
La totalidad del anochecer silencioso me impide evadir el próximo lunes, me recuerda el deber hacer. Me pesa la conciencia. Necesitaría 24 horas de ventaja, algún mañana sin obligaciones para un hoy en tranquilidad.
Me enloquece la sensación de sin salida cuando se el esfuerzo necesario para el éxito de cualquiera de mis planes. No se dejarme estar del todo, me cuesta poner toda mi energía al servicio de un propósito deseado, me agota, sé que casi nunca lo hago, y entonces me castigo en el peor de los sermones.
Llevo horas indecisa, resistiéndome al trabajo planificado. Tengo frio en los pies. Tengo hambre. Miro alrededor. Podría hacer muchas cosas antes que las prioritarias, las necesarias.
Observo las ramas en la oscuridad, moviéndose en la fresca brisa que recorre la cuadra, las sombras de las hojas sobre el frente de una casa vecina. Un auto pasa y deja su ruidoso motor por un instante. Los sonidos de un hogar semi-habitado sostienen mi ansiedad, llenan el vacío cuando se callan los movimientos circulares del día, evaden las sombras de la noche.