domingo, abril 13, 2014

Fantasmas.

¿Cómo se sufre la fantasía? ¿Cómo convivir con el juego divino, con la seducción inherente que tiene?
Cuando el jabón de glicerina se deslizaba por mi brazo, recordaba una de las primeras tardes que me encontré con Juan de casualidad. Fue la primera de muchas otras ocasiones que la fantasía acomodaba con esmero el inventario de razones para nunca soltarlo.
Cuatro años más tarde, paseando entre los pasillos de una farmacia del centro, volví a encontrarme con el perfume a lavanda del jabón de glicerina que nunca más había usado. Era el mismo que llevaba en la mochila una de las primeras veces que me encontré con Juan de casualidad. Aquella vez, también había comprado un espejo, un tanto encaprichada con su aspecto, porque a decir verdad era bastante pequeño como para utilizarlo en algo que no sea mirarme los ojos, aunque con eso bastaba. Nada más importante que los ojos y un espejo pequeño para observar el detalle, para jugar a recibir lo que de mí salía sin entender.
Resolví guardar en la memoria lo que una vez imagine percibir. Los días y los meses siguieron agitándome el pecho y Julieta seguía escuchándome renegar de las malas elecciones, amigas como ella son necesarias cuando necesito objetivar lo que siento. Continué caminando el mundo que tenía, uno que a veces elegía y otras muchas veces no, pero del que siempre fui responsable. Hace dos días, subí en la estación Federico Lacroze casi a los saltos en el último vagón. Sin prestar demasiada atención me senté: había algo que giraba entre las pocas personas que estaban ahí conmigo, algo que me aceleraba, una inquietante energía que iba acechándome hasta que di justo con el tiro. Quede en medio de un lazo invisible de impulso. El esternón me ardía como aquella noche en que parecía que todo iba a derrumbarse. Como una flecha con una gran punta, atravesó el largo pasillo, en diagonal a donde yo estaba. Otra vez la casualidad. Me levante a saludar a Juan como quien saluda a un gran amigo que no ve hace años, fue un abrazo lo bastante sincero como para alegrarnos los dos. La gente nos miraba de una manera extraña, supongo que nuestros movimientos habrán interrumpido de golpe la inercia con que el subte los balanceaba.
En la cama éramos tres: mi imaginación, mi cuerpo, y la idea de Juan en mi memoria llenando la habitación de deseos. Me levante de golpe y busque el espejo que había comprado 4 años atrás en Devoto. Era un espejo ovalado, con un mango plateado, el revés estaba forrado con alguna tela que tenía un ángel impreso. Volví a buscar entre mis cosas la entrada de la última función a la que había ido. Volví a buscar entre los papeles de mi agenda la receta. La tarde de ayer fui de nuevo a la farmacia, en el pasillo la energía me acechaba como una llaga profunda…Juan estaba en el fondo del local, apoyado sobre el mostrador. Me acerque bastante angustiada, lo mire con el dolor que ahoga, con la bronca de tener que resolverlo así: moví mi cabeza apretando los parpados, y sin volver la mirada hacia él, le entregue al farmacéutico la receta que me había dado el psiquiatra. Tenía que matarlo de una vez y para siempre, que quedara detrás, más allá del recuerdo.