martes, diciembre 27, 2011

Fragmentos

Se recostó sobre la reposera que estaba en la terraza, en medio de la noche silenciosa del barrio, miro la luna: alta, luminosa, eterna. Un polvo de estrellas casi transparente cubría una parte del cielo, el suave viento rozaba sus mejillas. Sobre su piel se posaban las horas cálidas del verano. Un guardián atento cuidaba que nadie la interrumpiese.
Lograba oír los sonidos de aquellos insectos nocturnos que adornan la soledad inmensa. Sumergida en si misma, recordaba el último febrero.
La copa de los arboles guardaban sus vuelos para que pudiera volver siempre al mismo lugar, para que no se cayera en el abismo de los sentidos que distraen hasta perder el camino. Un enero caluroso pretendía acelerar los latidos de un corazón que sabía de velocidades que nunca quería volver a vivir.
La incertidumbre respecto de los acontecimientos venideros la ocupaba hasta la preocupación. Arriesgarse siempre era una elección; el no saber hacia dónde la seducía constantemente, mientras algún auto pasaba por la calle empedrada, debajo. Los débiles faroles intentaban alumbrar en vano los alrededores, aunque la dama de plata encandilaba cada vez más en su majestuosa danza de idas y vueltas de un extremo al otro de la tierra. Leves fantasmas de la noche se sumaban al gran espectáculo de luces y sombras.
Sus ojos estaban atentos a los detalles de aquel instante, cuando paso frente a ella la sustancia que todos buscan cuando los ruidos se apagan. Realmente es una sustancia, pensó, entre tantos adjetivos.
Si los recuerdos se materializaran, entonces tendría montañas enteras de objetos, de colores diversos, de espesores variados y andaría por la cruel ciudad con un bolso enorme a cuestas, del que saltarían sirenas, hadas, mariposas y truenos, relámpagos, tormentas, incendios y campos y lagos infinitos. Mucha agua y mucho viento y burbujas y kilos de purpurina. Y un arco iris cruzando de lado a lado y risas y lagrimas, mares dulces y salados de lágrimas. Además del amor de la vida, de la mano que nunca la suelta, que ella nunca suelta, de latidos y pulsos eternos incongruentes en un mundo completamente dado vuelta.
Y nunca dejaría su cajita musical, donde guarda entre otras cosas la tarde que la naturaleza fue cómplice de los besos y las miradas más tiernas. Encerraría con llave el silencio y la luz menos merecida, pero también esto lo llevaría atado bien cerca del pecho para no olvidar que la muerte viene cuando quiere.
Esta noche no siente pena por ella misma pero se reconoce nostálgica, algo temerosa, enamorada. Siempre el llanto ahí, latente.
Estoy hablando de mi misma en tercera persona, como si tanto costara contar lo que siento después de años de análisis.
A veces los caminos se bifurcan tanto que me marea,es como si subiera corriendo escaleras sin baranda.
Quisiera hacer malabares, treparme o nadar en ríos helados. Tener una bola de cristal, donde sonara la musica que sueño.
Pero es de noche, y no decidí el próximo segundo que cuesta tanto. Me gusta tan poco tener que decidir entre las opciones, me gustaría tener el tiempo para todo.
La luna sigue ahí, la iría a mirar de nuevo, porque Marte esta justo debajo y el aire no deja de correr, y el perro sigue ahí, y yo.