De esas veces que pareciera
enjaularse el destino, aprendí a aceptar.
De frente, tapándome el lagrimal
con la almohada, pensé muchas tardes de viento calmo. Una mueca triste,
inevitable. El labio inferior sobre el mentón, advirtiendo la arruga en la
sien. La compañía de la pesadez en el pecho, descargándose en cada suspiro
determinante.
Las horas nocturnas sin
dormir hasta el amanecer, un día que me
tranquiliza haciéndome saber que ya paso la noche. Las acciones porque si, para que pase el
tiempo. La mirada hacia un espacio indefinido que busca más preguntas que
respuestas. Un silencio expectante, una nostalgia que casi no descansa. El enojo.
Otra vez acá, aguantando lo que no creo justo por injusto y por desmedido.