…hasta que un día toque la
angustia con la yema de los dedos. Las brasas estaban calientes, y por encima
una rama seca despedía un olor dulce que desgarraba mi memoria en finas fibras
de carne.
Enrojecida, mi razón no dejaba
de circular por los días que fueron.
Hace poco menos de un año
espero.
Ardiendo en recuerdos pienso el
futuro como la incapacidad, eso que atora los flujos, y el presente más parece
un ancla pesada, una llovizna que no renuncia la estación.
Soy de las que cuenta lo que
siente porque se le escapa el pensamiento.
Un barco en aguas sin viento,
un mar sin mareas,
una corriente que de subterránea
se entierra, ni siquiera un abismo.
Los pasos en la habitación silenciosa,
un pedazo de tarde que graba las preguntas sin palabras, el deseo de sentir una
esperanza y la necesidad de que la voluntad abra la puerta.
Todo se enrosca mientras la
hoguera se enciende y desdibuja mi silueta, la alza, se estira y desaparece en
un universo de estrellas que no se ordena, ninguna constelación las guía. Entonces
sueño una danza que intento atrapar pero no bailo.
Un fogonazo que sofoca y
fastidia, una letra tan clara que confunde.
Bajó el sol, sale despacio la
luna. Tardo en encender la luz como si la penumbra fuera retener el aliento,
como si retener el aliento retrasara la angustia.
Todavía me quemo.