viernes, mayo 04, 2007

Es un otoño que quiere y no, esas hojas que van armando el amarillento colchón que comienza a cubrir las calles del barrio.
Al cruzar la avenida me distraje con el tímido sol de esta tarde que me descubrió angustiada cuando caí en la cuenta de que me había afectado más de lo que yo pensaba.
Fue un eterno segundo en que el cuento de Cortázar removió sin querer parte de mi historia, una de esas partes que duelen, en cualquier momento, en cualquier lugar.
Supuse que, al final, se seguía tratando de lo mismo: el amor. Pero el mayor problema está en que hiere, y en lo que a mi respecta, el amor no tiene que doler tanto; entonces no sé de qué se trata. Si es la soledad, o el desconsuelo, o qué cosa, pero aturde, no me deja en paz, me altera hasta el agotamiento.
Cualquier actividad me resulta un evidente intento de escape, sigo pretendiendo ocupar el tiempo, sigo buscándole un sentido entre razones que no llegan a adquirir validez. Es hasta ciertamente incoherente.
Los recuerdos tienen su lugar y mi cuerpo memoria. Mi mano izquierda da permiso para que las ideas, transformadas en palabras, se hagan letra escrita y formen frases que expliquen la velocidad a la que viaja el pensamiento en un idioma que a veces yo sola entiendo y no me gasto en explicar.
Así voy por el tiempo, queriendo hacerme viento en la tempestad de la jornada gris, húmeda, indiferente ante mi súplica de que el reloj que marca el pulso retroceda o avance, pero que ya no se detenga como flotando en el aire, como burbujas que encierran sueños y explotan antes de ser tocadas, se deshacen al tacto y sino vuelan por ahí engañándome en la ilusión de llegar a ser, fastidiando mis latidos.
El cielo encapotado anuncia la estación del año donde el cambio va mostrándose de a poco, el y yo sabemos de procesos metamórficos cuando la tormenta va evolucionando en truenos y relámpagos, como advirtiendo. Voces entrecortadas, quebradas manías que solían entretener la conciencia.
Entre medio, desplegué la bandera blanca, pidiendo tregua cuando ya no me quedaron armas para defenderme. Ataques imaginarios que desataron guerras ensordecedoras hoy ocupan 40 largos minutos, intentando mover las piezas de una vez, en este ajedrez de partidas incompletas.
La espera para la próxima jugada evidencia en mí que todavía se trata de competir, en un espacio donde el juego se supone más ameno, donde teóricamente todos ganan. Ante la pérdida que interpreto como fracaso, evoco el análisis para así poder correr a un costado ese nubarrón que no me deja ver.
Soy yo siempre, tratando de tomar distancia cuando es más fuerte el recuerdo, cuando me encierro y no quiero ver que más allá hay un lugar donde puedo ser algo más que una triste sombra que se pierde en la noche.

No hay comentarios.: