lunes, junio 17, 2013

… your love is a sweet addiction…
Hacía suficiente frío como para que nadie estuviera en la terraza de la casona donde se festejaba. Ya había llegado riéndose de su torpeza, casi toca el timbre en otro lugar, por no querer sacar la nota que llevaba en su cartera. Una madrugada de sábado, no deja de ser madrugada para alguien que duerme.
Fumaba con su amiga, en medio de una conversación sobre cosas que casi no tenían sentido, latiendo un encuentro que no sucedía, cuando no probaban hacer verticales contra la pared o inventaban historias sobre los huecos del borde añejo. A lo lejos se escuchaba la música que bailaban los demás, solo aumentó la claridad de la escucha cuando Francisco abrió la puerta. Dudando en su avance, sonrió sin sacarle la mirada de encima, recibiendo algún gesto con la cabeza, como queriendo saber más. Entonces confeso que había una energía que andaba llamándolo desde algún lugar. Ahora sonrieron del otro lado de la baldosa y contestaban: “Podría decirse que andaba necesitando tus ojos...” Y sobre todo, la distancia sutil que solo puede percibirse cuando dos casi se rozan.
Hacía mucho frío, el humo del cigarrillo tomaba protagonismo cuando una tercera buscaba dialogo con un cuarto que no estaba.
Francisco caminaba hacia atrás, balanceando el peso, trasladándolo de un pie al otro. Cuando estaba por apoyarse en una pared, detuvo la marcha al tiempo que Malena se tomaba la bufanda por los extremos llevando su cabeza hacia atrás, desafiándolo mientras los labios esbozaban alguna sonrisa que poco se dejaba ver. De nuevo la conquista del gesto. La carcajada sutil que describe el acto que está por venir.
Fueron a sentarse al sillón que estaba en la sala principal de la casa. Uno, cuya consistencia permitía que todo aquel que se sentara quedara atrapado entre el cuero viejo y sucio por el uso continuo. Malena, le confeso que tenía miedo de ir hasta la cocina a buscar una cerveza, porque presentía que cuando volviera, alguien mas estaría en su lugar. Francisco la tomo por la cadera tirándola hacia abajo e intento levantarse de forma decidida, Malena lo tomo por la cintura, lo sentó y se levantó más decidida que él. Apareció quince minutos después de haber mantenido una conversación rarísima sobre los colores del tutti frutti, Francisco volvió a reírse mientras golpeaba despacio el lugar en donde estaba sentada: “Vení para acá”.
Acaso el cuerpo es el mejor recurso para decir las cosas que las palabras ensucian, por lo que un frente y el otro se observaron detenidamente, los labios andaban esperando, postergados, un turno que nunca llegaba.
-“Vamos a bailar”
-“No”
-“Dale, vamos”. Los ojos de Malena eran inmensos, los de Francisco seguían siendo profundos.
De nuevo el vaivén de peso del talón a un costado u otro de los pies, los trasladaba hasta el ventanal que daba a la calle. Sobre Fragata Sarmiento, la humedad cubría las veredas; sobre el piso de madera, aquellos dos se disfrutaban. Las luces del barrio chino cubrían las paredes blancas, un ambiente cálido abrazaba el deseo, la música seguía convidando temperatura, generalmente la piel no miente. Bailaban casi abrazados, respirándose con tanta pesadez que aquellos ojos tenían que ir fijándose al suelo para no perderse. Francisco tomaba por la cintura a Malena, que estremecía en el contacto moviendo el hombro, del mismo lado que era tomada, hacia abajo. Movía su cuello sacándose un poco el pelo de la cara, encontrando la mirada de Francisco, y volvía a acercarse. Ahora una cadera y una mano bailaban una danza propia, la cadencia contagiaba el aire de secretos que empañaban los vidrios de adentro hacia afuera. Nada más humano que el juego incansable del tacto, el dialogo sincero entre los sentidos.
En el amanecer sin sol bajaron las escaleras hacia la salida. Una vez más se encontraron en el abrazo, en el cuello, en el beso que duda en la mejilla, en las manos que no se separan, en las palabras que no los dejan ir…en la yema de los dedos que no se despegan, en la huella que queda en el cuerpo tan marcada que los acompaña hasta su imaginación incansable, hasta la ansiedad intolerante que espera el próximo sueño.

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