El
viento soplaba fuerte, la tormenta de sangre había cesado. Alguna palmera se
había interpuesto entre una y otra choza, al caer, cuando jalaron de ella. Tuvo
la suerte de no ser utilizada para acarrear esclavos por los caminos angostos
del altiplano.
En la aldea quedaba el olor y el ruido como un eco
que vive en las cosas para no olvidar la masacre que los invasores llevaron a
cabo en su conquista.
Quedaron las pisadas entre los techos de paja
caídos, la tierra húmeda, cuerpos conocidos y extraños flotando en una
sustancia gelatinosa que Nehuén no se atrevió a probar.
La
percepción con que fue entrenado con su abuelo, lo condeno al eterno recuerdo,
y a la irrenunciable función de aprendiz de brujo cuando al nacer descubrieron
su ceguera; gracias a su intuición previno (aunque sin suficiente tiempo) lo
que horas más tarde vaciaría de hombres libre la zona.
Sintió
que todo estaba perdido, no tenía con quien compartir los hechos, con quien
desahogar todo el dolor que iba multiplicándose en la soledad del que sobrevive
sin querer, como si su muerte fuera solidaria con las pérdidas de los otros.
Sin embargo, algo en su interior le decía que la única ayuda que podía ofrecer
sus hermanos, era avisar y prevenir a los demás acerca de las matanzas con que
unos demonios de piel blanca invadían su mundo.
De
repente, como de entre sombras, escucho
un susurro familiar. Kilén, su prima, hablaba desde algún punto cercano. Su voz
era llanto, un canto que lamenta no
haber visto a tiempo. Fue allí, en ese punto mínimo del espacio que se disuelve
entre secretos, cuando relato la forma detallada con que hirieron sus ojos para
neutralizar cobardemente las habilidades
de la guerrera más astuta de su familia.
Pasaron la noche entre recuerdos de la gran batalla
que dieron los suyos. Ella lloraba el rocío de la mañana, Nehuén juntaba sus
lágrimas con las manos para beberlas.
Quedaron
los soles, atravesando como flechas de luz los caminos frondosos, mientras lo
que oían, se reconocieron en la llamada del viento que venía desde lo profundo
de la selva, allí donde habitan los espíritus, donde el desgarro no alcanza.
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